Oporto: entre azulejos, vino y cuentos de hadas

Llegar a Oporto es como abrir un libro antiguo y descubrir que cada página está llena de color, música y vida. Sus calles empedradas te invitan a caminar sin prisa, a mirar hacia arriba y dejarte sorprender por los balcones con ropa tendida y los azulejos que cuentan historias en azul y blanco.

Empecé mi recorrido por la Ribeira, el corazón más pintoresco de la ciudad. Desde allí, el río Duero se ve como un espejo donde se reflejan las fachadas de colores y el ir y venir de los barcos rabelos. Es el lugar perfecto para sentarse en una terraza, pedir un vino de Oporto y simplemente disfrutar del momento.

No tardé en cruzar el Puente de Don Luis I, ese gigante de hierro que une Oporto con Vila Nova de Gaia. Desde arriba, la vista es espectacular: el río, los tejados naranjas, las bodegas al fondo… todo parece sacado de una postal. En Gaia aproveché para visitar una de las bodegas y brindar por la vida con una copa de vino dulce, mientras el atardecer teñía de dorado toda la ciudad.

Pero si hay un lugar que me hizo sentir dentro de un cuento, fue la Librería Lello. Dicen que es una de las más bonitas del mundo, y no cuesta creerlo. Entrar allí es como entrar en un sueño: las escaleras rojas que parecen flotar, los vitrales de colores, el olor a madera y a papel antiguo… Todo tiene algo mágico. Entre sus estanterías encontré una joya: una edición preciosa de Alicia en el País de las Maravillas. No pude resistirme a llevarla conmigo, como recuerdo de un lugar que parece tener la misma esencia de ese libro: un espacio donde la realidad y la fantasía se mezclan.

El mapa que verás a continuación marca algunos de los rincones más bonitos y estratégicos de Oporto: los miradores del Jardim do Morro y de la Torre dos Clérigos, la Iglesia de los Carmelitas, el Mercado do Bolhão o la mágica Rua das Flores. Cada parada tiene su encanto, su historia y ese toque melancólico que caracteriza a la ciudad.

Oporto es para recorrerla sin prisas, dejarse llevar y disfrutar de los pequeños detalles: el sonido del tranvía, el aroma del café recién hecho, los acordes de un fado que se escapan por una ventana. Al final del viaje te das cuenta de que Oporto no solo se visita… se siente. Y, si te dejas, se queda contigo para siempre.

Viajar a Oporto me recordó que los lugares más especiales no son los que se recorren rápido, sino los que te invitan a detenerte. A mirar, a oler, a escuchar. A vivir el momento con calma. Porque a veces no hace falta ir muy lejos para sentirse parte de algo hermoso… solo basta con dejar que una ciudad, como Oporto, te cuente su historia al oído. ¿Y vosotros? ¿Habéis estado alguna vez en Oporto? Me encantaría leer vuestras experiencias, rincones favoritos o esas pequeñas anécdotas que hacen que cada viaje sea único. 💬
Dejadme vuestros comentarios aquí abajo —así podremos compartir impresiones, consejos y quizá descubrir juntos nuevos lugares mágicos de esta ciudad que nunca deja de sorprender.

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