Brihuega en flor

Cada verano, el pequeño pueblo de Brihuega, en Guadalajara, se transforma en un mar violeta gracias a la floración de sus extensos campos de lavanda. En este artículo te llevamos a descubrir este rincón de la Alcarria que parece sacado de la Provenza, con consejos para disfrutar al máximo de la visita, el festival de la lavanda y los mejores momentos para fotografiar este espectáculo natural.

El Festival de la Lavanda en Brihuega: Un espectáculo de color, aroma y tradición

Cada mes de julio, Brihuega se convierte en el epicentro de uno de los eventos más singulares y sensoriales de España: el Festival de la Lavanda. Esta celebración, que ha ido ganando popularidad en los últimos años, rinde homenaje a la floración de los espectaculares campos de lavanda que rodean el municipio, ofreciendo a los visitantes una experiencia única que combina naturaleza, cultura y gastronomía.

Un festival entre campos violetas

El Festival de la Lavanda no es solo una oportunidad para contemplar el impresionante paisaje teñido de tonos violetas; también es una ocasión para sumergirse en un ambiente festivo, elegante y relajado.

Uno de los momentos más esperados es el concierto al atardecer que se celebra en plena naturaleza, entre los campos de lavanda. El dress code es blanco —una tradición no escrita que muchos asistentes respetan para resaltar el contraste con el entorno—, y la atmósfera resulta mágica mientras el sol se pone y la música en vivo envuelve el lugar.

Durante el festival también se pueden disfrutar de catas de productos locales, degustaciones de miel y queso, visitas guiadas a los campos e incluso vuelos en globo o paseos en carruajes, todo organizado con el máximo cuidado para preservar el entorno y respetar el cultivo.

El Mercadillo de la Lavanda

Además del festival, durante varios fines de semana de julio, el pueblo de Brihuega acoge el Mercadillo de la Lavanda, un evento complementario que llena las calles del centro histórico con puestos artesanales. En él puedes encontrar productos elaborados a base de lavanda: jabones, aceites esenciales, cosméticos, infusiones, ramos secos y decoración. También hay artesanía local, productos gastronómicos de la región y talleres para niños y adultos.

Pasear por este mercado es una experiencia sensorial en sí misma, ya que todo el pueblo se adorna con detalles violetas y se impregna del suave aroma de la flor.

¿Cuándo es la mejor época para visitar los campos?

La lavanda en Brihuega florece generalmente entre finales de junio y mediados de julio, aunque el momento exacto puede variar cada año dependiendo del clima. Para ver los campos en su máximo esplendor, lo ideal es planear la visita entre el 5 y el 20 de julio, que es cuando la floración suele estar en su punto más álgido.

Los eventos principales del Festival de la Lavanda suelen celebrarse durante el segundo fin de semana de julio, aunque es recomendable consultar el calendario oficial del ayuntamiento de Brihuega o del propio festival, ya que las fechas pueden cambiar ligeramente cada año.

Si prefieres evitar grandes aglomeraciones, puedes visitar los campos entre semana o a primera hora del día, cuando hay menos visitantes y la luz es perfecta para la fotografía.

Nuestra experiencia: un recuerdo violeta imborrable

Visitar Brihuega durante la floración de la lavanda ha sido, sin duda, una de esas experiencias que se graban en la memoria con la suavidad de un perfume que no se olvida. El pueblo nos recibió con sus calles empedradas engalanadas de violeta, el murmullo de la gente feliz y el inconfundible aroma de lavanda flotando en el aire, como una bienvenida delicada y envolvente.

Pasear por el mercadillo fue como recorrer un pequeño universo de creatividad y tradición: jabones artesanales, aceites, mieles perfumadas, y manos que trabajan con amor lo que la tierra les ofrece. Cada puesto era una historia, cada artesano una sonrisa. La hospitalidad de sus gentes y el encanto intacto de sus plazas y rincones históricos nos hicieron sentir parte de algo auténtico.

Pero el momento que más nos emocionó fue sin duda la puesta de sol sobre los campos de lavanda. Ver cómo el cielo se teñía de oro mientras el mar de flores violetas susurraba con el viento, fue algo casi irreal. Nos quedamos en silencio, como si el tiempo se hubiera detenido, agradeciendo con los sentidos el regalo que la naturaleza y la cultura nos ofrecían.

Brihuega no solo nos regaló paisajes de postal, sino también sensaciones: el frescor de la brisa entre las flores, el perfume que llevamos aún en la ropa, y ese sentimiento de haber estado en un lugar especial, de esos que parecen inventados para soñar.

Volveremos, sin duda. Porque hay destinos que se ven, y otros que también se sienten. Y Brihuega es de los que se sienten.

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